Don Pidal era un hombre muy fuerte, muy justo sensible, valiente de forma inteligente, enemigo del valor loco, práctico y de costumbres sencillas en su vivir, no gozaba de lujos innecesarios y siempre se sometía a una gran medida de autodisciplina la cual exigía a toda su gente sin excepción.
Pidal me inculcó que el mundo simplemente se divide en dos: Aquellos que se ponen delante de su destino y lidian con sus vicisitudes y aquellos que se dedican a criticar y protestar desde afuera sin hacer ningún esfuerzo ni luchar por lo que es debido. Es simple; unos exponen y arriesgan y otros miran y hablan, unos hacen y otros critican.
Su filosofía de vida de vida, la que me inculcó, era simple y consistía en:
“Nunca rajarse ante la adversidad,
nunca mentirse a sí mismo
y nunca arrepentirse de nada”.
Este fue hombre compasivo y extremadamente generoso pero nunca conoció la lastima, que sí la humildad y la caridad, siempre utilizó con acierto un gran don innato de sentido común y siempre luchó por crecer internamente y por encontrar un balance justo para los demás en todas sus actuaciones.
Cecilia Cerdeña
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